El tema del estado de las instalaciones de los centros me ha llevado, en un ataque de nostalgia, a recordar espacios que mi memoria almacena intactos. Todavía hoy mantengo viva la imagen de mi primera escuela.
En una visión onírica, me veo entrar en el portal, subir las escaleras de mármol y abrirse el portalón, por efecto de una mano siempre dispuesta.
A mano izquierda, veo el estrecho pasillo que, tras bajar unos escaloncitos de pisada erosionada, conduce a la capilla. Enfrente, el vestíbulo presidido por la escalera principal. A la derecha, el acceso al patio húmedo y en sombra, donde sólo hay un columpio de barca que chirría cuando sopla la brisa del mar.
Mi curiosidad me acerca al armario de material que hay en el hueco de la escalera, una especie de tienda-almacén de lápices, gomas, libretas (para escribir a limpio y en sucio y lacradas con la insignia religiosa de la escuela). Abro las batientes para sentir el olor del papel y la madera. Cierro, por miedo a ser descubierta.
Entro en clase de párvulos y recuerdo como sor... me arranca con un hilo mi primer diente (con los años, vendrían más).
Enfilo la escalera principal hacia las plantas superiores. Voy entre las niñas -con mi uniforme gris de cuadros azules, la camisa blanca, los calcetines también blancos y los zapatos impolutos- arrimada a la pared como imantada por la atenta mirada de sor... Oigo disminuir las voces a medida que se van cerrando las puertas de las aulas. "Cuentas, cantidades y copia. Cuentas, canti..." Me llega el olor del caldo celestial que prepara sor... Estoy cerca del comedor y no resisto la tentación de abrir el piano y tocar Fraire Jacques. Las notas llegan a los patios que se encaraman a la peña. Uno: un limonero. Dos: el gallinero. Tres: la canasta. Cuatro: la arboleda.
Mientras sigo subiendo, oigo el repiqueteo metálico, que proviene de la segunda planta. Es el ejército de Olivettis que marcha al son de las órdenes marciales de sor... El ruido contrasta con el silencio que reina en las habitaciones de las internas y de las sores (espacio infranqueable).
De vuelta, resigo uno por uno todos los rincones, intentando no olvidar nada: las batas alineadas en los colgadores, los pupitres de caja, las tarimas... El descenso hacia la salida es la última etapa es este fugaz recorrido visionario a través de la memoria.
Me preguntó qué visión de los espacios del instituto permanecerá en la memoria de nuestros alumnos. Confío en que les suceda como a mí, y que el tiempo, por efecto de la nostalgia, los embellezca.
En una visión onírica, me veo entrar en el portal, subir las escaleras de mármol y abrirse el portalón, por efecto de una mano siempre dispuesta.
A mano izquierda, veo el estrecho pasillo que, tras bajar unos escaloncitos de pisada erosionada, conduce a la capilla. Enfrente, el vestíbulo presidido por la escalera principal. A la derecha, el acceso al patio húmedo y en sombra, donde sólo hay un columpio de barca que chirría cuando sopla la brisa del mar.
Mi curiosidad me acerca al armario de material que hay en el hueco de la escalera, una especie de tienda-almacén de lápices, gomas, libretas (para escribir a limpio y en sucio y lacradas con la insignia religiosa de la escuela). Abro las batientes para sentir el olor del papel y la madera. Cierro, por miedo a ser descubierta.
Entro en clase de párvulos y recuerdo como sor... me arranca con un hilo mi primer diente (con los años, vendrían más).
Enfilo la escalera principal hacia las plantas superiores. Voy entre las niñas -con mi uniforme gris de cuadros azules, la camisa blanca, los calcetines también blancos y los zapatos impolutos- arrimada a la pared como imantada por la atenta mirada de sor... Oigo disminuir las voces a medida que se van cerrando las puertas de las aulas. "Cuentas, cantidades y copia. Cuentas, canti..." Me llega el olor del caldo celestial que prepara sor... Estoy cerca del comedor y no resisto la tentación de abrir el piano y tocar Fraire Jacques. Las notas llegan a los patios que se encaraman a la peña. Uno: un limonero. Dos: el gallinero. Tres: la canasta. Cuatro: la arboleda.
Mientras sigo subiendo, oigo el repiqueteo metálico, que proviene de la segunda planta. Es el ejército de Olivettis que marcha al son de las órdenes marciales de sor... El ruido contrasta con el silencio que reina en las habitaciones de las internas y de las sores (espacio infranqueable).
De vuelta, resigo uno por uno todos los rincones, intentando no olvidar nada: las batas alineadas en los colgadores, los pupitres de caja, las tarimas... El descenso hacia la salida es la última etapa es este fugaz recorrido visionario a través de la memoria.
Me preguntó qué visión de los espacios del instituto permanecerá en la memoria de nuestros alumnos. Confío en que les suceda como a mí, y que el tiempo, por efecto de la nostalgia, los embellezca.
Si era un colegio que tenia una higuera en el segundo patio dentro del gallinero, que tenía unas horribles papeleras de hierro pintadas de verde, que eran un peligro público y que las cambiaron cuándo una compañera de mi clase se clavó una en la rodilla al bajar del cuarto patio al tercero,(era nuestro juego preferido, saltar de un patio al otro y perseguirnos, sólo apto para las más atrevidas).
ResponderEliminarSi era uno en que ,a las sores les llamábamos "madres" y que a la Superiora le llamábamos Montserrat.
Si era uno donde nos hacían llevar una bata de rayas blancas y verdes, horrible para mi gusto, y que cuándo no nos veía la madre María saltábamos los escalones de seis en seis o de ocho en ocho, al bajar la escalera principal(repito,sólo apto para las más atrevidas).
Si era uno donde, cada tarde , tenía la visita de un grupito de chicos que se plantaban en la peña para ver y molestar con sus palabras y gestos ,a las alumnas que jugaban en el cuarto patio.
Si era uno en el que , para los más pequeños , habian puesto de profesoras a la madre Carmen y a la madre Dolores...
Seguro que,sin esas emociones tan fuertes, los actuales alumnos de los institutos , no tendran espacios en la memoria.
Porqué la madre Carmen y la madre Dolores... y otras madres... y cantar esa "misa del gallo" en la capilla..., era sólo apto... para las más atrevidas.
:-)
Leyéndote, yo también he regresado a mi colegio, a mis amigas, a mis espacios infantiles, a los olores y las luces de otro tiempo. Bendita nostalgia.
ResponderEliminarPreciosa evocación, LU. Yo tengo buenos y malos recuerdos de mi primer colegio. Desde luego, muchos y muy intensos. Lo mejor, las flores, los "dondiegos", florecían en primavera, claro. Y cuando lo demolieron y me cambiaron de colegio. Fue una de las mejores noticias de mis primeros años. Nunca se me olvidará. Ana A.
ResponderEliminar¡Qué bonito!
ResponderEliminarPara mí fue el olor a tiza. No había pisado una escuela más o menos antigua en años. Cuando estaba en 5º de carrera (Biológicas) me encargaron un trabajo de genética de poblaciones y fuí a la escuela donde estaba mi prima haciendo sus prácticas a recopilar datos sobre fenotipos en los niños (rasgos sencillitos como pico de viuda, longitud de dedos índice y anular, etc.). Y nada más entrar, el olor a tiza. A la tiza de entonces. Y de pronto me acordé de todo. De cada rincón de mi primera clase, del patio, del cole nuevo al que me cambiaron, de los pasillos que tú cuentas... ¡Como se nota que la corteza cerebral evolucionó en mamíferos antiguos a partir del córtex olfativo!
Son los olores los que nos traen la memoria. Al menos, a mamíferos poco evolucionados como yo.
Otra vez, ¡qué texto más bonito!
Fina, sí es el colegio que describes. Lo sabes bien. Yo no he querido mencionar nombres porque mi rememoración era un ejercicio de memoria espacial.
ResponderEliminarAna A. algo sé de tu infancia en el colegio porque lo contaste en tu charla con los alumnos. A veces, derruir espacios es poner fin a los recuerdos. Claro.
José Luis, los olores y el sabor (esto lo inmortalizó Proust) nos retrotraen a momentos vividos. Hoy la tiza ya no huele, ni la madera de los pupitres...
Los olores... y esa sensación de que todo era enorme. Cuando he vuelto, ya no estaban aquellos aromas, y la escalera, el patio, los pasillos, todo había encogido.
ResponderEliminarComo curiosidad, en las últimas elecciones presidía una mesa; un anciano me entregó su DNI: era mi antiguo maestro de lengua y francés, casi treinta años después y a cien quilómetros de aquel colegio nacional, ahí, tan frágil como la memoria, como los olores perdidos de la infancia. Lo abracé y le di las gracias.
Gracias también a ti, Lu, por traernos algo tan tierno.
A ver Lu,
ResponderEliminarNo te lo tomes a mal, pero creo que yo también puedo hacer un ejercicio de memoria espacial y incluir en él a las personas, monjas en este caso, que al final no dejaban de ocupar y ser parte del mismo espacio que el que ocupábamos tú y yo, por ejemplo.
En ningún caso me estaba metiendo con tu rememoración , es más, estaba ampliando la mia.
Y si me permites creo que, a parte del olor y el sabor, la música(oído), también nos retrotrae a momentos vividos.
Salud y buena semana.
¡Memoria, ciega abeja de amargura!, decía el poeta. Y, sí, los olores, los sabores, la música con los que evocamos un lugar lo embellecen y lo engrandecen, aunque realmente no fueran como los dibujamos en nuestro recuerdo. Yo también acudo a votar al colegio de mi infancia y ya no huele a pis, ni a lapicero, ni a goma de borrar ni a tiza. Me gusta más mi recuerdo del cole que el propio colegio, y eso que está realmente bien, pero así es la memoria...
ResponderEliminar:)Mi colegio ya no será más mi colegio. No podré evocar imágenes al volver a recorrer sus aulas y sus pasillos porque lo echaron abajo y lo están haciendo de nuevo. Le hacía falta. Bastante falta... A decir verdad era feo. Viejo. Amarillo grisáceo. Pero con el encanto de haber sido escenario de los momentos que dan constancia de que han pasado años y que los he vivido. Los besos que me daba mi madre al despedirme a la puerta de esa cuesta, antes gigante. Cuando volvía a casa y encontraba a mi madre cosiendo a la máquina y las mil pelusas e hilos de las piezas que cosía. Y a mi padre, sentado en el suelo tallando sus maderitas. Y el bocata que me preparaban después.
ResponderEliminarSólo momentos vividos. Qué tiempos aquellos.
O tempora, o mores! Miremos en presente. Vengo del Paseo Independencia de Zaragoza, lleno de familias, las librerías atestadas, fiesta cívica, un caudal de energía positiva, de barrunto de que en torno al libro hay algo bueno, de que quizá quien lee está curado de la estupidez... quiero creer que todo eso es posible...
ResponderEliminarNo digo que el presente sea mejor, pero ¿cómo puede pensarse que es peor que lo vivido? El narcótico de la nostalgia que nos endulza los recuerdos. Quiere uno recordar a sus buenos maestros, el frontón del patio en horas de recreo..., pero reaparece aquella monja ceñuda, un maestro autoritario, métodos del sálvese quien pueda... El internado regentado por monjas, los chicos con enuresis exhibidos con las sábanas meadas como senadores bufos para su escarnio público (supongo que hasta allí no había llegado el Vaticano II todavía).
No siento nostalgia, ni necesidad de ajustar cuentas. Todos fuimos frutos de una época, con sus rituales, en sus espacios...
Sin embargo, ¡qué maravilla el corazón de la muchedumbre confiada en el espacio abierto por los libros esta mañana hermosa de primavera...!
(perdón por la digresión... El natural indomeñable de uno)
Fina, en ningún caso me he tomado a mal que citaras a las "madres". Para nada. Ellas son parte inseparable de ese paisaje infantil que compartimos.
ResponderEliminarMarcos, el tamiz de la memoria ennoblece los recuerdos. Tu cole ya no es tu colegio, por supuesto.
Antonio, qué escena más entrañable la del reencuentro con el maestro. Emotiva.
Tere, en la memoria no se destruyen los edificios. Quizá sea esa su grandeza. El colegio del que hablo ya no existe tampoco. En su lugar hay un edificio horrible de oficinas y despachos y, en sus entrañas, un garaje tortuoso. Ya no se divisa la peña. El hormigón la ha taponado. Pero en mi recuerdo huelo, oigo, siento... y veo todas sus estancias.
Jesús, entiendo esa otra mirada que evocas. Creo que cada cual atesora buenos y malos recuerdos.
Agradezco la savia de tu digresión.
Eso es lo bueno. Que todo eso, el colegio, los recuerdos, mi padre,... seguirán existiendo en mi memoria. Mi padre siempre en el corazón :) Es siempre un consuelo!
ResponderEliminaryo tb. me acuerdo del mío, como ha cambiado todo ahora...
ResponderEliminarhttp//elchicodeltransporte.blogspot.com/
¿Y los techos, Lu?
ResponderEliminar¡Qué altos eran los techos...!
Un saludo