17 de febrero de 2011

Ruido


Cuando lo extraordianario se convierte en habitual, deja de ser extraordinario
Emilio Pascual,  Días de Reyes Magos

Son casi las cinco de la tarde. En breve, los chiquillos asomarán por el patio, buscando entre las rejas la mirada de quienes acuden a recogerlos. Yo estoy al otro lado. He ido a la escuela para otros asuntos (trámites de inscripción). Acabo de mirar el reloj. Faltan dos minutos para el fin de la jornada. De pronto, viene el sobresalto. No ha sonado el timbre, se acaba de disparar la megafonía del centro y suena Don’t worry be happy ensordecedoramente. Don’t worry be happy? Son alumnos de primaria y quizá no entiendan la letra (¿o sí?). Lo cierto es que salen de las aulas como si huyeran del mismísimo diablo. Una de las maestras asoma al pasillo para poner orden, pero es imposible. Su voz no encuentra acomodo entre tanto ruido. Cada vez son más los niños que corren por los pasillos sin que nadie pueda decirles nada comprensible, porque la música ha tomado las paredes de la escuela y todos vibran bajo el lema de “sé feliz y olvídate del resto” (el resto es ahora el enfado de la maestra, claro). Mi sorpresa es mayúscula cuando descubro que no se trata de un día especial, sino que la escuela ha sustituido el timbre por melodías “más o menos vivaces”.

No es la única. El año pasado me inscribí en un curso que se daba en las aulas de un instituto y el cambio de hora lo marcaba un CD programado con canciones de los años 70, en sintonía con los gustos del jefe de estudios. El primer día nos hizo gracia, tres meses después, muchos detestábamos esa forma pretendidamente “moderna” de indicar el fin de la clase.

Hace cuatro años, cuando mi centro estaba en obras, se suprimieron las señales acústicas. Tras la inauguración, no se reinstauraron. Tampoco hay relojes en las aulas. Los profesores que llegan nuevos al centro se sorprenden pero, a los pocos días, lo agradecen. El ruido se ha reducido considerablemente y también el estrés que provoca. Los cambios de hora son transiciones suaves, y el fin de la clase lo pone la palabra del profesor ("vamos recogiendo") o el aviso de los alumnos, que liberados del estruendo sonoro de cada hora, están bastante más dialogantes y tranquilos ("ya es la hora, profe"). No me puedo imaginar qué sería de las horas de lectura si la dictadura del timbre se impusiera al fin de una línea, un párrafo, un capítulo o un libro.  Hoy hemos acabado la lectura de Días de Reyes Magos con los alumnos de 4º A, diez minutos más tarde de lo habitual. Ningún ruido, ni alarma se ha impuesto a la fascinación de saber el final. A las dos y diez, salíamos del aula bajo la emoción de descubrir el enigma que encierra la novela. Nadie se ha acordado de la hora.

21 comentarios:

  1. Muy interesante tu artículo. Hoy mismo hubiera deseado que esa práctica estuviera introducida en mi escuela... Cuántas veces nos dejan con la palabra en la boca o, incluso, justo en el final del documental a falta de 2 minutos, aun resultándoles interesante!!!
    Me has hecho recordar que en la nueva terminal de aeropuerto de Barcelona también cambiaron la señalización eliminando los mensajes acústicos y se respira una paz absoluta.
    Un saludo y gracias por compartir.

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  2. Anónimo8:10 p. m.

    Me ha encantado tu reflexión, quizás porque yo me la hago a diario ( aunque no tan por extenso ni tan atinadamente): no soporto el ruído que hay en los centros; es más, durante estos quince años de profesión docente he desarrollado una hipersensibilidad extrema ante los sonidos excesivamente altos( lo cual provoca la risa en mi familia y hace que me asemeje cada día más a Juan Ramón Jiménez).
    Es un factor de estrés ambiental de enormes proporciones y hasta el momento no he visto que nadie se lo tome en serio. Y eso me indigna porque creo que hemos asumido como "normal" el fragor de los pasillos de nuestros centros, acrecentado por ese chíllido horrísono llamado timbre.
    En mi insti, celebramos un Dia del Silencio en el que una de las acciones es ,desde hace tiempo, esa tan simple de no usar los timbres. Cuánto se agradece: es un día mucho más relajado...
    Por cierto, hace años trabajé en un instituto donde sonaba la "lambada" entre clase y clase. Palabrita.
    Un saludo

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  3. Creo que tu centro es muy especial, Lu, por esta medida y otras que has comentado otras veces, como la de los libros "socializados". Desde luego, el ruido llama al ruido, y de la misma manera, el silencio a la quietud. Abrazos.

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  4. Hola a todos,

    Creo que a todos nos interesa el mismo campo; la formación e información. Por ello me gustaría invitarles personalmente al grupo que administro donde podrán acceder a formación e información gratuita.

    Visiten: www.intecform.com

    Saludos.....

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  5. Is@HZ, la verdad es que la supresión del timbre fue inicialmente ocasionada por la falta de suministro, durante las obras del centro. Pero enseguida nos dimos cuenta de las ventajas que aportaba.

    Trapisona, te entiendo perfectamente. A mí también me molestan mucho los ruidos. Quizá deberíamos hacer más caso a los expertos acerca de los daños de la contaminación acústica, pues está comprobado que un exceso de ruido desata comportamientos violentos. En una jornada escolar, los alumnos pueden llegar a escuchar hasta 6 veces el timbre. La recepción del primero no es comparable con la del sexto. La tensión es mayor.

    Carlota, creo que en lo del timbre si somos un centro especial, pero la socialización de los libros está bastante extendida en algunas comunidades como Aragón. En nuestro centro es una labor que hacen los padres. Benditos padres.

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  6. Habría que hacer una lista de reproducción con la música que usan los colegios como timbre (el otro día lo comentaba con un amigo: no creo que sea muy instructiva una canción cuyo título en inglés es "las chicas sólo quieren pasárselo bien"). Tu experiencia es sumamente enriquecedora y envidiable. Es horrible esperar el timbre, pero igualmente horrible es saber que, entre los cinco minutos anteriores y los cinco posteriores, marca una tierra de nadie de la que todos se aprovechan según el gusto: algunos alumnos para recoger antes de tiempo, los profes para llegar tarde o salir antes... Intento pensar en cómo funcionaría en mi instituto e imagino los pasillos tomados por una horda de ¿alumnos? ¿profes?...

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  7. "La música amansa a las fieras", así que entre un estridente timbre que -curioso fenómeno- yo escucho también cuando estoy fuera del centro y una melodía -sea cual sea el gusto del Jefe de Estudios- me quedo con esta última... Hay olores que identifico con personas, lugares, situaciones... ¡el timbre del instituto es mi "reloj no marques las horas" del trío Los Panchos...!

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  8. Yo también apuesto por suprimir relojes y timbres (y los móviles que no dejan de mirar constantemente), es el proesor quien debe acabar la clase despidiéndola adecuadamente

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  9. Toni, si suprimes el timbre, se elimina también ese tiempo muerto entre clase y clase. Ya no hay límites. Los cinco minutos de cortesía se han borrado del mapa horario. "Nos queda la palabra".
    Lo de las listas de reproducción es una idea algo perversa. Seguro que alguno la toma como referencia y le da al play en su insti.

    Marcos, hay músicas y músicas. Si fuera Chopin o Bach, otro gallo cantaría. Hay músicas que avivan las hormonas y los adolescentes, ya se sabe.

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  10. Eduideas, por lo pronto, en mi centro no se puede usar el móvil más que en el bar o en los exteriores, durante las horas de patio. En clase, hay que tenerlo en silencio. Ahora bien, siempre hay un móvil desobediente que se dispara. Te diría que es anecdótico y que con pedir que lo paren es suficiente. A mí me ha pasado en contadas ocasiones.

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  11. No sabría qué decirte... mi instituto tiene 4 edificios y sólo en uno está el timbre, así que en uno de los edificios no se escucha. Y hay casos en que es un problema, porque la hora se pasa y alguna vez se han quedado sin recreo (bastante que ya sólo duran 15 minutos cada uno, para perderlo) y otras los profesores han llegado tarde a otros exámenes porque no se habían dado cuenta de la hora en la clase anterior... Todo es cuestión de práctica, supongo...

    Lo que comentáis de los móviles... en mi insituto está prohibido para nosotros llevarlos, incluso apagados. Los profesores pueden llevarlos, pero en horas de clase apagados (no en silencio). Me parece un poco exagerado, pero bueno

    Un beso, y perdón por la extensión... :)

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  12. Cristinaa, nosotros tenemos un único patio de 30 minutos, por lo que si nos alargamos cinco minutos, tampoco pasa nada. Con 15, la cosa cambia.
    Mi experiencia de cuatro cursos sin el "chíllido horrísono", como dice Trapisonda, es muy positiva. Entiendo que haya disparidad de pareceres.

    En cuanto a los móviles, las normas son de sentido común. Hay que tener el móvil en silencio o mejor apagado, y fuera de la vista. Y, por supuesto, no hay que usarlo en clase, a no ser que se esté usando con fines educativos. Grabar, por ejemplo.

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  13. Me gusta la música interna de este post lleno de serenidad. En mi centro ensayaron sustituir el timbre por piezas estridentes de rock o similares, pero fue un horror la experiencia que, afortunadamente, no progresó. Hemos vuelto a los timbre, pero es una buena idea la de que ni siquiera haya esto. El problema es que los chavales serían (pienso yo) los que marcarían el final de la clase y no el profesor. Un saludo.

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  14. Yo también cada vez soporto menos el ruido porque me estresa muchísimo y cuando a veces el timbre suena justo encima de mi cabeza, me pongo de los nervios. Nunca he estado en ningún instituto en el que los cambios de clase se indiquen con música, así que no puedo opinar. Si se eligiese música relajante, tampoco me parecería una mala idea.

    En cuanto a lo de suprimir el timbre, me imagino que al principio les sorprendería pero luego se acabarían acostumbrando. En mi centro no sé si lo veo factible, ya que hay unos 1.100 alumnos y 128 profesores.

    Saludos

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  15. Es verdad. Nunca me había planteado siquiera esa idea de suprimir las transiciones entre clase y clase. Muchos de los gritos adolescentes y de los empujones y peleas entre las clases quedarían como un mal recuerdo.
    Es cierto que el ruido lleva al ruido. Regalémonos un poco de paz sorda. La enseñanza necesita de ese sosiego.
    Lo propondré en mi centro.
    Gracias. Un saludo

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  16. Joselu, lo comentamos siempre con los compañeros. La ventaja es que quien marca el inicio y el final es el profesor. De veras. El timbre no se interpone y la palabra la tiene el profesor.


    Virginia, en mi centro somos casi 900 alumnos y un claustro de casi 90 profesores. Estamos en una loma repartidos en tres edificios. Somos un macrocentro que funciona de 8:00h de la mañana hasta las 10:00 de la noche, porque tenemos una amplia oferta de ciclos.
    Debo decir que la ruptura del ritmo habitual que ocasionaron las obras ha supuesto una ventaja. La supresión del timbre no ha sido el único cambio notorio, ha habido más (las puertas de las aulas se cierran de manera que no se puede acceder desde fuera si no es con llave. Hemos ahorrado problemas desorden y de desaparición de objetos).

    Manolo, creo que vale la pena probarlo. El silencio es un valor algo olvidado. Si lo mimáramos, obtendríamos muchos beneficios.

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  17. Anónimo10:49 a. m.

    Me parece bien lo de suprimir los timbres; trabajé, hace años, en un centro donde no había timbres y al principio, me chocaba por la costumbre, pero después cada vez me gustaba más.
    Una cosa, he leído un comentario tuyo en un post de Joselu sobre puntar exámenes de literatura; me gustaría atreverme a sugerir que, si es posible, en algún momento dedicaras un post a eso, a la puntuación, etc Lo digo porque yo lo leí y me hizo pensar, podría dar fórmulas, como lo haces en tantas otrs facetas de la enseñanza. Ojalá sea posible y podamos aprender contigo, como siempre :-)

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  18. Yo soy una privilegiada, en mi centro hay timbres, sirenas y hasta tamborradas pero...
    Trabajo en un edificio separado del mundanal ruido y la conexión está estropeada hace 2 cursos. Yo me callo y mantenimiento no se entera.
    Un saludo afectuoso

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  19. Voy a discrepar. Yo trabajé en un instituto donde cada semana sonaba una música distinta, elegida por los estudiantes. Y, aunque no todas las melodías elegidas me gustasen personalmente, me pareció una práctica interesante. Cada lunes estábamos todos pendientes de qué música sonaría y en clase era un buen argumento para hablar y debatir. Una vez sonó el fragmento "teachers, leave the kids alone" de la canción de Pink Floyd y me encantó.
    El fin de la clase, con timbre o sin timbre, lo marcan siempre los estudiantes, rebullendo en el sitio en cuanto en su reloj interior se acaba el tiempo de concentración.
    Me molesta el ruido de fondo constantes en el supermercado, en el aeropuerto obre todo cuando tengo una escala muy larga y no hay quien pegue ojo con la megafonía, en el metro cuando mi compañero de asiento escucha su canción favorita sin cascos...
    Pero prefiero la música (y más cuando se convierte en una práctica participativa) al timbre.
    saludos.

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  20. Anónimo, Estrella, creo que somos pocos los que disfrutamos de ese silencio apaciguador.

    Anónimo, recojo tu petición, pero para más adelante :)

    Isa, la experiencia que cuentas es distinta, porque es el resultado de un acuerdo entre alumnos y profesores. La verdad es que no conocía nada igual. De todas formas, sigo prefiriendo el silencio, pues lo importante es que tanto el timbre como la música tienen un efecto inmediato que provoca la alteración del ánimo. Y eso se acrecienta hora tras hora.

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  21. Anónimo9:22 p. m.

    Alguna vez me ha tocado pasar por conserjería cuando sonaba el timbre, y casi muero del susto. Es el alimento perfecto para el estrés y los nervios.
    Me gustaría probar a sustituir el timbre por música (oí de otro centro en el que lo hacían, con excelentes resultados). En cuanto a suprimirlo todo, no sé si me convence: al menos en mi instituto es necesario indicar el final de la hora para que los alumnos cambien de clase y lleguen a tiempo a la siguiente, y sobre todo para salir del centro a la hora en la que les recoge el autobús escolar para llevarlos a sus pueblos. Si eso dependiera de mí, con lo despistada que soy, la mitad de los alumnos se quedarían en tierra...

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